Don Galleta no era un hombre común. Aunque su nombre verdadero era Roberto, nadie en el barrio lo llamaba así. Desde que abrió su pastelería hace 10 años, todos lo conocían como Don Galleta, el creador de las mejores galletas de la ciudad. 

Tenía una clientela fiel y cada día se enfrentaba a la fila interminable de personas ansiosas por probar sus famosas creaciones. Pero lo que pocos sabían es que Don Galleta tenía un gran sueño: Crear la galleta perfecta.

Un día, mientras revisaba su despensa, encontró una bolsa de harina de almendra que había olvidado por completo. – ¡Esto podría ser la clave! – pensó emocionado. Decidido a probar suerte una vez más, comenzó a mezclar los ingredientes. Esta vez, algo en la textura de la masa le hizo pensar que estaba en el camino correcto. 

Cuando finalmente sacó las galletas del horno, el aroma que invadió su pequeña pastelería fue indescriptible. Olía a la combinación perfecta de dulce y almendra, con un toque de vainilla. No podía esperar más, así que mordió una de las galletas mientras aún estaban calientes.

Sus ojos se iluminaron de inmediato: – ¡Lo logré! – exclamó. Pero justo en ese momento, escuchó una fuerte explosión en la cocina. Corrió, pero todo parecía estar en orden, excepto por una nube de harina que lo cubrió de pies a cabeza. 

Las galletas que había dejado sobre la mesa comenzaron a moverse. Primero, un pequeño movimiento, luego un salto y ¡Las galletas se estaban escapando! Don Galleta no lo podía creer. 

La primera galleta salió disparada por la puerta de la pastelería, corriendo a una velocidad asombrosa. Las demás la siguieron como si fueran un ejército en miniatura. Don Galleta corría tan rápido como podía, tratando de atraparlas, pero era inútil.

Al doblar la esquina, vio cómo las galletas entraban en el parque, donde los niños jugaban. – ¡Deténganlas! – gritó Don Galleta, pero nadie le hizo caso. De repente, un grupo de niños vio las galletas corriendo y comenzó a perseguirlas con risas y gritos de emoción.

Las galletas seguían corriendo entre los columpios y deslizándose por los toboganes. Parecía una escena de una película de comedia, pero Don Galleta no encontraba nada gracioso en absoluto. ¡Eran sus galletas perfectas!

Finalmente, después de una hora de persecución, las galletas se cansaron. Una por una, comenzaron a detenerse en el arenero, incapaces de seguir corriendo. Los niños, al verlas inofensivas, comenzaron a recogerlas con cuidado. Don Galleta, agotado y sin aliento, llegó al arenero.

¿Un niño se le acercó – ¿Es suya, señor? – preguntó inocentemente.

– Sí, esas son mis galletas- respondió Don Galleta.

-Pues están deliciosas- dijo el niño después de darle un mordisco.

Don Galleta, aún incrédulo, también tomó una galleta y se la llevó a la boca. Era verdad, la galleta seguía siendo perfecta, incluso después de todo el caos.

A partir de ese día, Don Galleta no solo fue conocido por sus deliciosas creaciones, sino también por las famosas galletas corredoras. Nadie sabía cómo lo había hecho, ni siquiera él, pero los clientes no dejaban de pedirle más de esas galletas mágicas.