Pepe era un niño común y corriente, excepto por un pequeño detalle, era el más distraído del pueblo. No había día en que no olvidara algo, desde sus llaves hasta sus deberes de la escuela. Pero el olvido más memorable fue el de su reloj.

Todo empezó una mañana de verano. Pepe tenía un reloj de bolsillo muy especial que le había regalado su abuelo. No solo marcaba la hora, también tenía una pequeña brújula y hasta una alarma que, por alguna extraña razón, sonaba a las cinco de la tarde todos los días ¡Sin falta! El problema era que Pepe siempre olvidaba usarlo.

Ese día, al salir corriendo hacia la escuela, Pepe olvidó ponerse el reloj una vez más. Sin embargo, en la puerta de su casa recordó que tenía una excursión a la montaña con sus amigos después de clases – “No pasa nada, seguro puedo encontrar el camino sin el reloj.” – ¡Gran error!

Después de clases, Pepe y sus amigos comenzaron la caminata. Al principio todo iba bien. El grupo reía y bromeaba mientras subían por los senderos de la montaña. Pepe estaba tan entretenido que ni siquiera se percató de que habían perdido el rumbo hasta que notaron que el paisaje era completamente diferente al que conocían, más árido y desértico. Las montañas a su alrededor parecían más altas y el sol comenzaba a ocultarse.

  • ¿Alguien trajo un mapa o algo? – preguntó Juan, uno de sus amigos. Pepe puso cara de preocupación. – Umm… mi reloj tiene brújula, pero lo dejé en casa-.

Todos lo miraron con ojos de desesperación. – ¡¿Tu reloj?! – gritaron al unísono.

  • Sí, ese que mi abuelo me dio. Lo uso todo el tiempo, pero hoy… bueno, lo olvidé. – respondió Pepe encogiéndose de hombros.

El grupo decidió intentar recordar el camino por su cuenta, pero cada vez estaban más perdidos. Empezaron a caminar en círculos, y ya no sabían si estaban subiendo o bajando la montaña. Para empeorar las cosas, la noche se acercaba rápidamente y ninguno tenía señal en su celular.

Pepe, sintiéndose responsable, trató de pensar en una solución. De repente, recordó la alarma misteriosa de su reloj. – ¡Un momento! – Mi reloj suena a las cinco, siempre lo hace. Si mi mamá escucha la alarma y no me ve en casa, seguro llamará a alguien para buscarnos.

Los amigos de Pepe se miraron incrédulos, pero como no había otra opción, decidieron esperar. Mientras tanto, intentaron encender una fogata para mantenerse calientes.

A las cinco en punto, como por arte de magia, la alarma del reloj de Pepe sonó en su casa. Su madre, al escuchar el ruido y notar que su hijo no había vuelto, rápidamente llamó a la policía.

De repente, las luces de las linternas se vislumbraron en la distancia. Los chicos, agotados y con frío, no podían creerlo. Un grupo de rescatistas los encontró y los llevó vuelta a casa sanos y salvos.

Esa noche, mientras Pepe se acostaba, no podía dejar de sonreír. Su reloj, aunque olvidado, había salvado el día. Decidió que nunca más lo dejaría en casa.