Nacho siempre había sido un chico curioso, de esos que no pueden resistirse a tocar todo lo que ven. Un día, mientras exploraba el ático de su abuela, encontró una botella muy extraña, cubierta de polvo y con una etiqueta que decía: “Poción de invisibilidad. Úsala con cuidado”. Nacho no lo pensó dos veces. Tomó la botella, la destapó y se la bebió.
Al principio, no sintió nada. Se miró las manos y los pies. – Mentira, esto no funciona- pensó decepcionado. Pero justo en ese momento, escuchó a su madre llamándolo desde la cocina para que bajara a comer. Rápidamente, bajó las escaleras, pero al llegar a la cocina, algo extraño sucedió ¡Su madre no lo vio!
– ¿Nacho? ¿Dónde estás? – preguntó mientras miraba alrededor confundida. Nacho trató de hablarle, pero su voz no salía de su boca. Intentó mover su mano frente a su rostro, pero nada, no lo veía.
Al principio, Nacho estaba emocionado porque era invisible y podía hacer lo que quisiera así que decidió que sería el día más divertido de su vida. Salió de la casa, corriendo por las calles del vecindario sin que nadie pudiera verlo. Se metió en la tienda de dulces y tomó varios chocolates sin que el dueño se diera cuenta. Luego, fue al parque y movió columpios y juguetes para asustar a los niños.
Pero no todo era tan divertido como parecía. Después de un rato, Nacho comenzó a sentirse solo. Nadie podía verlo ni escucharlo. Intentó hablar con sus amigos, pero nadie lo veía. Nadie le prestaba atención, se sentía como un fantasma.
Decidió regresar a casa y encontrar la forma de volver a ser visible. Subió al ático nuevamente y buscó algo en la botella que le diera una pista de cómo revertir el hechizo. Nada. La etiqueta solo decía que la usaras con cuidado. Desesperado, Nacho se sentó en el suelo y se puso a llorar pensando que así se quedaría por siempre.
Justo en ese momento, escuchó un susurro -La paciencia es la clave- decía una voz suave. Nacho miró a su alrededor, pero no vio a nadie -Espera, ¿quién eres? – preguntó, pero no hubo respuesta así que decidió hacer eso, ser paciente.
Pasaron unos minutos, que a Nacho le parecieron horas y poco a poco, comenzó a notar que sus manos volvían a aparecer, seguidas de sus brazos, piernas y, finalmente, todo su cuerpo.
Aliviado, decidió que la invisibilidad no era tan divertida como había imaginado. Bajó a la cocina y su madre, emocionada, le dijo que pensó que se había perdido cuando lo había mandado a la tienda o se había quedado con sus amigos.
Nacho sonrió, pero no dijo nada sobre su aventura. Desde ese día, decidió que no volvería a tocar nada extraño sin leer las instrucciones primero.
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